Revolución francesal.

I

En el reclinatorio

arrodillada
empieza la homilía.

Estoy entre tus piernas.


II


Los cuerpos

de anaconda
con el vestido descarnado
y el filtro de no pedir.

III


Los árboles quedan lejos de esta área

y aunque acuda
igual que el río después de la lluvia
sabe que en el trago
de la sangre tras los órganos
se arrasan poblados subterráneos:
Entre el caos circulatorio
navegan traumas,
pedazos de cristal
de un vaso que estalló en un niñez verde trébol.

Ya llegan las aves de las alas gigantes.


Y yo que soy mar

con anhelo de yate, ya te digo, ya te pierdo,
me olvido de la promesa
de no volver jamás a amarte.

Pero, soy un cedro caduco

y haces que el verano llegue al otoño.

IV


A veces te miro,

y tus ojos escriben poemas
en la circunvalación
galáctica
de mi muslo
con tu cadera.

¿Has creado con arcilla la vida?


¿Tus manos aletas

no han tomado el agua con el fango
y han moldeado cada uno de los huesos?

Yo no sé,

de las arquitecturas del alma.

No sé, de azaleas cortadas por la tijera,

ni de las hoz a ras de los arbustos salvajes.

No sé.

Y estoy fatigada
de nadar dentro del bidón de las amantes.

Sé que soy.

Y no merezco nada de clubes
asociados para que puedas
sostener mejor tu resaca ,
de alguien que si te hubiese amado lo suficiente
sería carnaza de rabia
en la sequía,
en la espera.
Deja de incluir a esta poeta de pelo avellano
bajo tinte
en el redil de las mujeres sin piernas.

Pólvora engendrada

no merezco ser la mercromina
de tu gonorrea sentimental.




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