Elsa Cohen.

Elsa Cohen, oficinista en un edificio de siete plantas, 
con toda una vida consagrada a la contabilidad
y muy poco tiempo para encontrar el amor,
aunque fuese en un rebozado de una noche.

Persuadida por sus compañeras de trabajo (Cherry, Guinda y Apple)
decidió, no sin dudas aristotélicas, acudir a una cita
en un antro de moda, en la quinta con la séptima,
detrás del quiosco amarillo de la calle nº 63 de Manhattan.

Llevaba un libro de Withman, cuando al entrar, entre el susurro de los proyectores de amantes, descubrió a Edgar Parson, hombre aguerrido, que enseguida supo ganarse la confianza de nuestra heroína, Elsa Cohen, con una pregunta abierta:

-¿Te gusta el cine? ¿Te gustan las películas?

Elsa Cohen convencida de que se hallaba en frente de un cinéfilo,
un vástago de la cultura Allen; pronto dejó mordisquear
su oreja y tras tres botellas de vino, fueron a su buhardilla
olvidándose de los balances del mes.

Demasiado alcohol para un encuentro fortuito, pero, agradable, que la sumió
en un sueño extraño, que hizo que al cabo de unas horas sobresaltada
se reincorporara de la cama. Allí, estaba él, frente a ella, nuestro estimado Edgar Parson, el cual, rastrero la estaba grabando con un móvil mientras ellas dormía desnuda.

La cara del repelente, se descompuso Picasso, ante la ferocidad creciente
de esa situación que la hizo sentirse ultrajada. Ocultó su cuerpo tras la sábana y lo zarandeó hasta la salida con furia hastiosa.

Detrás de la puerta, y con la mente nublada de paradigmas, pensó:

-Soy una chica del montón convertida en la protagonista de un maldito cabrón, y su filia cinematográfica.

¿Te gusta el cine? ¿Te gustan las películas?

¿Cuántas veces me grabó sin que yo me diese cuenta?



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