El afluente que quiso ser río.

Esta noche, ésta u otra.
Qué más da...
La luna resplandece 
con forma semicerrada de ojo felino.

Bajo de nuevo, por esta calle o la otra, 
o por la acera que tiene la panadería;
porque la pendiente, siempre, es perpendicular
a una línea de desobediencia.
Y noto que las huellas
que proceden de tu casa a mi casa,
de la casa de las cucarachas dormidas,
de los estómagos llenos de huerta asemillada
hacia la que un sofá rojo pernocta.

De un portal a una entrada,
de un pie acompañando a la hermosura del zapato,
de un tobillo marcando ritmo al empeine.

Con el mismo billar que contempla la aceleración 
del palpito marcado en sigilo, al paso cofrade
que ha arado un surco, un canal, un hueco, un brazo,
para cuando agua llueva desde tu ventana
sea riachuelo de caudal sin juncos
y la colina abajo, del puente sin arco,
regrese húmeda como una mujer sin marido
con aún el perfume del amante
que la convierte en trasparencia urbana.

En una calle descendente
por caminos asfaltados,
de corazón a corazón.

Un tercer verano. Como el de ayer o mañana.

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