Devenir y regresar.

La casualidad de vestirse de mar.

"La mer" en los antros Elíseos,
llenando de sal alcalina en tropa-oleaje
la gruta del suelo novicio.

¿Cuántas historias guardan las láminas de su suelo, para engendrar otras nuevas?

Mis pasos ya han bautizado su métrica
que muere en molduras que quieren ser lanzas,
si lanzas que atraviesen a este meteorito, 
fricción con otro meteorito.

Explosión.

Vestirse de mar,
y anegar y mojar las caras a cada metro cúbico de su madriguera, 
con la calor haciendo prisión
para liberar la hermosura que guarda la arena,
y llenar sus paredes de algas estrellagadas
y pintar conchas 
y abrir regatas para que los buques
trasporten a los emigrantes a tierras
donde la ilegalidad fuese el nombre de una alimaña extinguida.

Atarse de mar y beberle entero,
no en la consumada egolatría
de la ola que se arrima al precipicio de su creación absoluta.

Lanzarse al mar, y que la arcilla se sumerja
sobre su galeón unicornio
y declarar al consumo masivo de nuestros sexos,
un abordaje
en misivas escritas de la estadística de hidroaviones 
antes del fuego quemado.

Vestirse de vos.

Y dejar de ser mar.
"La mer" en los antros Elíseos.

Y saber que le sigo amando,
a pesar, de que los amantes gocen
como dos desconocidos,
borrachos bajo el puente de Dublín
y las palabras callen.

Así he regresado de la sequía.

Para ambos caer derrotados a una guerra sin cuadro,
porque cuando pienso en usted; me visto de Mediterráneo
y acudo a su sed,
acudo,
sacudo
y  voy en marea, hacia...la perdición.

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