La postura del guerrero.

Una de las clases que más me agradan
es la de la disciplina oriental,
con un profesor que le otorgaba,
sin miramiento, en un calendario
 la hoja de julio
de hombres maderas y recios.

Con esos tatuajes y el saludo,
la pose asceta
y como amansa las fieras
con ejercicios paramilitares 
y chasquidos de dedos.

Es de esos hombres capaz de romper un tronco
con un golpe de manivela;
que cualquier despedida de solteras contrata,
pero, en su altivez,
dudo que acudiera por mucho ruido que hubiese.

Me tiene atravesada;
una clase de culto
no recibe con agrado la impuntualidad
ni la rubia que rompió a carcajadas del Niágara.

Cuando en una sesión de abdominales,
exclamó:

- No, no hay dolor, no hay dolor.

Y una que es una cachonda de la verborrea
rompió la piñata
y descontroló al personal de todo un ejercito.

Lo reconozco, soy una cabra de legionario,
y el orden es uno de mis peores tiempos.

La próxima vez Maestro,
le prometo que seré
digna de entrar al infierno.

Conozco el olor
del dragón rojo,
y una desde la gárgola
sabe que los hombres de almanaque
duermen en demasiadas carpetas adolescentes
y cuelgan en los baños de las gasolineras
de Kansas City.




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