Pies de porcelana

I

En tardes angostas sobre una butaca de polipiel,
la abuela estiraba sus piernas
mientras el aroma de Nívea
perfumaba esa sala con forma de pastilla de Ibuprofeno.

La abuela con sus pies cansados,
deformados por una poliomielitis,
que la privó de bailar.

Ella, diva, con garganta sonatina
escaló donde las tacones no llegaban.

Fue alpinista de la voz.

II

La abuela María tenía las extremidades de paquidermo,
dos muñones que siempre supo
disimular, con su elegancia innata
y la perplejidad recompensa de ver a su nieta
con los pies de peces
con los pies de morena
con los pies hipocampo,
saltamontes,
anca y pata alada.

III

La abuela María, siempre con su dolencia muda,
pedía que le diera alivio a su pena,
me arremangaba un jersey de cuello cisne,
aprendiendo a sanar con las manos.

Recuerdo la pasta blanca
metida en mis uñas endebles,
y sus pies de elefante.

Ella era un diosa hindú,
una sirena de Ulises, para mí,
la maestra,
sólo que todo tenía un precio.

Eso fue el pacto, yo sería una trotamundos
sin la capacidad heredada de toda la familia
de entonar un triste estribillo.

Pero con esas manos,
de estrellas marinas,
escribo poemas que cantan en el corazón.

Y doy consuelo
a quién lo precise,
manos aguadas de cántaro.

IV

Abuela, cómo me acuerdo de ti,
y de lo que nos cuidamos mutuamente,
aún lloro tu ausencia.




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