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                                                                                             Dis-moi doucemente
                                                                                             une chanson

La voz quebrada del rayo
que arremete en los troncos
haciendo que sulfúricos
sean brazos carbonizados
pidiendo agua.

La voz poderosa del hombre,
la riada,
la catarata de una jarra
que volcada vierte sistema
a todos los enjambres posibles,
salpica dolorosa como una alambre
que se clava en mis senos,
y humedece la mesa,
el suelo,
cada una de las costuras de las baldosas.

La voz de mi sueño,
esclavas de cada una de sus lejanías,
me injerta en su cuerpo
en busca del control acantilado

Lanza voz por el despeñadero,
que se cuela aire
por los márgenes de mis orejas de pastos
a sus bocas de incendio.

Mi sexo mudo
espera tu voz.
Mi cuneta,
mi camino,
mi músculo imperfecto,
mi vértice acupuntura,
la síntesis de mi poesía decadente con tu ejercicio,
la música y Cohen haciendo estreno en la cortina
cerrada de tus sentimientos

Esa inimaginable bendición hipnosis
de tierra que no conoce lluvia
y que abre mandrágora, carta y piel de fruta
a la hombría de una manos barcas
en la marejada de mis vértebras.

Mi voz es respiración,
y la tuya, mi señor estómago, mi vecula, mi nalga,
es la de una feligresa
que se seca en bancos paralelos con la sotana
después de la ducha.

Da tu voz,
como yo te entregado mi alma,
acaso no ves,
las gotas por las canaletas de los techos
los días de nubes preñadas
de todas las formas posibles
de amar sin fronteras.

Sin que los cuerpos compitan.
En radiador atónito
de polillas danzando cortejo
para morir en el microondas
y ser silencio.

Si tu supieras lo que os amo.
La garganta moriría ahogada
y tu morirías con ella.

A medida voz.

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