Lunasol

Cuenta tímido con orgullo,
que de mi poesía andaba enamorado,
mientras sujeto el predicado de otra botella sin vaso.

Soy hedonista hasta la meditación ultra,
así que al oído, creo, que  te he contado un par de pecados.


Ella, la maestra..., por favor, no me digáis eso
que me hacéis sentir la barba de tres lunas
y  vestir un traje con mangas que ocultan los dedos.

Me convierte en Juan Ramón Jiménez
con olor a naftalina, el platero y yo.



Si te vieras con mis ojos
lo fácil que es morder caimán a la presa,
la fragilidad de que los pétalos
salgan volando por la ventana prolífica.

Dime que mañana

cuando tu sangre esté aseada
y el éxtasis haya huido con la bruma nocturna.
Di que firmarás la tregua de darte toda,
pero, serena y sabiendo el nombre de todos los países del mundo.

Le veía alborotado, y esos dos lunares de iris
que desbordados declamaban latín.
Nos conocíamos de la  prosa y  del poema,
y cuando le vi la tiranía de mi sexo, dijo, quiero que sea mío.

Tus ojos borrosos, el estrabismo de otra copa
que desborda río
y loco me dejaste al umbral de la mañana,
con olivos que mareaban el cielo de un vértigo.

Me levanté en celo, pegado a un móvil

que bramaba silencios, y la lujuria se colmó
con el chocolate vespertino.

Yo... aquí he venido a cantar al eco,
no pensé jamás que una descarga eléctrica
sacaría a la  muerta de la torre de molinos,
pero...cuando la humedad de tu lengua al filo
bañó el papel de cigarro
creo que ardió Roma y me despojaste de la corola.

Me gusta el amor de una vida
que dura dos días,
tres horas,
media minuto
y la segundera incierta
de todos los tics nerviosos
de las estrellas.

Soy peligrosa,
¿te gusta la velocidad?

Te comí la boca
y tu saliva irrigó la rabia de un perro que quiere su hueso,
el tétanos fue inclemente en la rendición de todos los órganos
y una cruel hepatitis se apoderó de mis ojos,
de mi páncreas,
era amarillo iluso
que creyó que ya libre de narcóticos
no volvería a redimir tus caderas al baile.

He venido libre,
él me despojó de la locura.

He venido hasta la puerta de tu hombre

Un gato negro con ojos verdes cruzó el camino acacia fúnebre.

Y dije, soy libre,
y quiero ser 
hoja de ramo,
café de grano,
lino de paño,
oreja de tu boca,
piel de habanera
mientras Bizet, dijo:
-El amor es una pájaro
con alas azules.

Y después de recitar cada una de las capitales.

Esnifé la cúrcuma, 
y en franqueza, fue una despedida de un collar de perlas roto.

Te dije:
- Vete.

Y tu descolocado. Qué llevabas el baúl
por trincheras, como un guerrero
que había probado la fruta prohibida,
asumiste, que en esa hora rosa
quise que la soledad, volviera a salir de la maleta
y me abrigara con su cola gata.

Arroyo.
Y mar.

Tengo hambre.
Soy hedonista y peligrosa.

Me explicó, ella, que creía en la espiritualidad,
en la reencarnación,
en la terapia Gestalt.

Yo que soy un escéptico,

un empírico hasta la herida.

Y con los cascabeles, los triángulos oboes

me propuso la alucinación espiritual.

Piensa que he sido eso,

una fantasía que a horcajadas
se ha ido de puntillas antes de las cuatro de la tarde
de una lavadora con sábanas
que tenderás 
a la vista de todos los argonautas.











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