Lady Bobary.

Bovary se arrepiente,
siente sus manos sucias
por sus epiteliales,
dónde no jugaba con cintas rosas
si no que se apoderaba de sus cerebros
para hilarse un bonito abalorio de coral rojo.

Ella, que se pensó ser
linda gesta no fue más que un desperdicio
de restaurante después de siete comuniones.

Bovary, tuvo una relación simultánea con dos hombres,
cómo el fanático de los deportes
que desea ver la final de tenis
y de patinaje artístico
en dos televisiones de segunda mano.

Bovary, se arrepiente, y de qué manera,
por el infierno de pensar que eso no la quemaría,
y destructiva los organizó
en días pares e impares.

Qué bien se lo pasaba Bovary.
Necia cobarde
justificando que no cumplían los requisitos suficientes
para ser una sola pareja.

Mientras ellos no lo percataron no hubo problema.

Pero las semanas se fueron solapando
y cuando alguien desbocado
quiere verte en horas no estipuladas,
y las nucas perfuman
la almohada uno de noche y el otro de mañana.

Y se complica porque el capricho
es una bestia.

Y Bovary seguía cotizando a la baja,
y ellos empezaron a sospechar desequilibrios.

Aparecieron las peleas, las coincidencias, los celos,
los escándalos públicos, la mierda, en definitiva.

Y Bovary, llevando su cuerpo
mancha de sus sangres, asesina pudo comprobar
que ellos accedieron a ser compartidos.

Se quedó vacía. Con pulgón en sus membranas.
Y cortó, no con pena por culpa del ego tedioso,
la ocupación militar a ambos.
Ella ha mutado ya no es Bovary.
Y espera que un día la perdonen.


Minúscula,
micróscópica que ya no tiene vicios.
Con la penitencia de la soledad impuesta

Qué descanse en paz y paz.

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