La espera.

Tuve la suerte
de tener dos padres.
Uno panadero,
las noches del horno
hacía corazones de miga.

Pero, un día de septiembre, de la mano nos perdimos en un parque.
Papá, jamás volví a oler la harina de tus manos.
Luego, Xisco que me enseñó del mar el yodo oculto de la gente.
Era un hombre de manos de música;
demasiado bueno
en un mundo de hienas.
Piano, se fue piano.
Era abril.
Mis manos se quedaron dormidas
de luz.
Esperando sentada en un banco de madera.

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