El rugido leonal de la salva.

En un sofá de dos piezas
irrumpió una risa terremoto,
verte recitar poemas
con cara de circunstancia,
con la canícula nocturna
que arrastró al mar 
metido en  jarra de cerveza.

Te pusiste igual que una abdominal disidente

a declamar,
y encima improvisados,
o quizás habías estado toda las madrugadas
por mil vacíos
mirando tus pesas
ensayando
cómo decir que me amas
y sólo salía escarcha
sobre el monte de carne.

Hacía tiempo,


que no me hacías reír

como una máquina de coser
taladrando el aire con gorgoritos,
con un intento frustrado
de aclarar la voz
con lluvia de miedos.

Poeta mío, de barrio y espina,

de rosa tatuada
de león en un hombro.

Reí río

en caramelo distorsión.

Y de repente,

quitaste el temor vestido
y amaste tres claros de luna.

Hoy mi senos tartamudos,

la gelatina muslo,
la rodilla hincada sobre la microfibra roja.

Y me hiciste poema,

a la cúspide de un soneto.

Negando la boca

como en unos de tus juegos.

¿Sabes cuanto tiempo

que no éramos pareado?

Casi dos años.


Y me amaste,


claro de luna.


Y después de varios trenes cruzando ciudades,

un gallo sacrificado
y tú y ella, él y yo.

Dije:


-Te amé sobre todas las cúpulas de las mezquitas,

tu nombre crucificaba cada templo,
la sagrada era fuente seca de espera,
vivía cruz en losa, 
en piedra gárgola
aguardando tu amor.

Pero ahora y el después. 


Te quise como una nube en una pantalla de plasma. 

Anémona molecular. 
Pero, ahora puedo despegar el vinilo de cuerpo
con el mío
sin sombras.

Vuelve a recitar un poema,

por favor,
me divierte juglar princesa,
pero hazlo despacio,
no tenemos prisa.

Ama este cuerpo roto

con salvaje rima,
y prende conmigo lo que siempre has negado.

Hacerte poeta por mí.


Es el amanecer de una persona

más bonito de esta playa.

Busqué amor en mis caricias.


Mas ya pasó la 

en una le de lo y lilas.

Seamos amigos

y hagamos el amor
por última vez.


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