Un día se irá, lo sé.

He vivido en estaciones de ferrocarril
pañuelos de papel.

He soñado en su mácula
el vivir desposeida de esta sombra que me persigue.

He creído, incluso que había
perdido su equipaje,
pero, la encuentro a mi vera
sentada en cada butaca.

He sentido
por segundo ser libre de su tatuaje,
por eso huyo de los baños
y de las afueras de mi mente.

Pero ella, dulce como la calabaza de noviembre
da la mano incombustible
y estira hacia su sótano.

Sabes qué es que las lamparas te hablen de noche
y te inviten a ser bombilla.

Qué jamás te ocurra.
Qué nunca te suceda.

He llamado a coces, la liberación de esta angustia.

He raspado hasta la sangre-tinta de sus palabras
en duchas de gimnasios y albergues.

Pero ella en el plato
se regenera de cal, de agua, de saliva, de epiteliales, de pelo, de esperma...,
y vuelve a ser ese cuerpo
que me ahoga
hasta morir, morir, morir
y desear la vida a consta de mi condena.

He sido su cloaca perversa
como recién salida de una guerra nuclear
dando la radiactividad de mi pesar
a lo que tocaba.

Flores, niños, paisajes, risa, hangares y polución.

He explotado
en partículas incandescentes
y me he reagrupado de nuevo en este ser con ojos-pavo
que ven lo que los demás desconocen.

He caminado sin mirar atrás.
He fracasado y parido en hora errada.
He vencido y me han destronado.
He dudado hasta ser página.

En una estación de tren,
hombros y ese ente que como un parásito mora
en mi paletilla ángel alguacil.

Heredera del destierro.
Hechizera de su pecado.
Helecho de esporas malditas.

He llorado poema óvulo
para ser un día,
no sé cuando,
ser
ser 
ser 
ecuación.


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