DIECINUEVE

Martes de lamentaciones
exigiendo puntualidad a lo inalcanzable.

Bajo como una tartana
de rueda pincho.

Hemos quedado para comer. 

Es el día de los padres que se fueron 
y siguen vivos en la rótula de nuestras pupilas.

Me ves llegar
y tu interrogatorio hace gala previsible
de mi mutilación consentida.

¿No podías venir más zaparrastrosa?

No.

¿Hemos quedado para comer?

Sí.

¿Pero has visto como vas, has dormido con lo puesto ?

Ya.

¿Tienes hambre?

Es otra jornada como otra cualquiera,
se luce de negro,
un intercambio de miradas,
de extrañezas con fluidos
que saben a comida.

Y dos cervezas soberanas
en un rincón de la mesa estomacal.

Nunca conocí a tu padre en persona,
tú impusiste la veda
con el único indulto de su trino
y nuestras largas conversaciones
donde alegré sus últimas cosechas,

él me pidió que te cuidara.

Igual que mi madre lo ha hecho contigo,
según vosotros
no tengo nada en la cabeza.

Bueno...sí, un ruiseñor granadino
y poesía.

En el postre mi mano 
fue el servilletero de tus dedos.

Y saciada mi glucosa,

formulé el cuestionario de los despeñaderos:

¿Quieres que vayamos al cementerio?

No.

¿Sabes que hoy es día del padre?

Sí.

¿Te has dado cuenta que permanecen hombres?

Ya.

¿Tienes añoranza?

Es otra jornada como otra cualquiera,
se luce de negro,
un intercambio de miradas,
de extrañezas con fluidos
que saben a comida.

Y dos cervezas soberanas
en un rincón de la mesa estomacal.

Y con una sudadera arrugada
sacada de la bolsa de un ropero,

me invitaste al helado más grande de la cartelera,
los feriantes y la noria
adornaban los cristales del coche

y tú saboreando el más barato: Un euro.

Te negaste como siempre a la evidencia,
hace tiempo que renuncias
y antepones mis caprichos.

Y eso Tipet, no es correcto para la salud de las arterias.
El colesterol
produce ataques al corazón
y mi risa loca, y mi risa loca.

Si no ya.












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