DESFASES LUNARES

I

Qué difícil
tomar la carne
con las yemas
ocultas
tras dedales.

II

No, no soy un salvamanteles
en el tendedero,

no intentes pinzar
la boca.

III

Edith se extravió 
en una ascensor de finca,
él era el sádico que la llevó a jugar a las ratas,
era mayo de rayo de cayó de gallo
que cacareó por tres veces,

sentada en suelo
con utensilios 

con la sombra de un lobro babeante
que la asediaba por todos los caminos que emprendía.

Vacío.

En el hueco de un edificio.

Ahora ella con muletas
ase el barrote oxidado
de un balcón de provincia.

Susurra ante la inocencia
no consciente hasta la madurez 
de lo que había sucedido,

una elegía:

Cuidado, hay un hombre malo...

Edith.

Germán fue apresado
no tenía clemencia sin límite de edad
avasallaba con inclemencia meteorológica.

Mientras la familia miraba para el otro lado,
de eso no se habla, no tiene lengua,
desconocemos el lenguaje de las libélulas,
es tabú,
se mira al cielo que es más hermoso,
como las aceitunas monjas de las sobremesas.

Sin visita médica, la vergüenza  de que con quien vamos a casar a la niña
con la marca de la letra escarlata.

Pasaron años desde los nueve,
y en la preadolescencia, la más dura
se confesaba con la botella de anís de su abuela,
mientras dibujas pedazos de carne sobre las alfombras.

En la Modelo por buena conducta,
salió a la luz un topo disfrazado,
era comadreja
buscando la sangre gallinácea
de quien no se puede defender,

Contaba con treinta y tres primaveras,
mientras un deforme tumor
correteaba fétido por la ciudad trasvertida.

Cuando ella lo vio,
una tormentosa regresión azotó las menbranas neurales,
pacífico e integrado,
preparaba cuchillos para su carnicería.

Edith inició un peligroso proceso 
con la intencionalidad de francotirotear al asesino,
incluso empezó a estudiar el arte de las armas,
y codearse con un novio con afición castrense.

Ella se reafirmó.

Tuvo suerte,ellas no. Lo apresaron volvió a reincidir.

¿Cuando tomo la decisión?

En el mercado,ella ajena a su regreso caminaba entre el gentío,
llevaba una cesta de rosas y un blusón que dejaba asomar sus piernas blancas,
de repente, el hálito porcino se sobreposó sobre su cuello,él encendido
le metió mano sin ningún miramiento.

Se quedó helada.
Como la gallina frente al depredador.

Pena de muerte.

Cadena perpetua para las estigmatizadas.

Casada con primos,
lavadas con antiséptico
y pureza en su siniestro laboratorio
en frascos de formol colocados por orden alfabético.

Muerte de pena.

Y las que no hablaron,
ni hablarán jamás,
hoy abuela,
un trago de anís.




 









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